dijous, 7 d’octubre del 2010

LA LEYENDA DE CANTUÑA

LA LEYENDA DE CANTUÑA
Hace mucho tiempo, durante los primeros años de vida colonial en la cuidad de QUITO, cuenta una narración antigua que los primeros frailes franciscanos contrataron a un indígena conocido con el nombre de ¨CANTUÑA¨ para que construyera el atrio de lo que seria el monumental Convento dedicado al Santo de Asís.
El indígena, llevado quizá por la sed de oro o el ansia de gloria, cometió la locura de firmar solemne compromiso para construir tan grandiosa obra sin darse cuenta que no alcanzaría a cumplir a tiempo con el mencionado contrato.
El tiempo pasó y cada vez mas se acababa el plazo para cumplir la obra que en su construcción estaba a la mitad. Con el esfuerzo humano era imposible culminar el ofrecimiento en el tiempo restante.
Loco de dolor, fatigado, consumido por la fiebre y por los temores, Cantuña, en su casa, pensaba:
!Faltan solo pocas horas para terminarse el plazo¡
Los sueños de dicha y de grandeza, que alimentara el pobre indiano, se iban abajo ante la realidad terrible. El contrato no seria cumplido y sabia que pronto seria arrojado obscuridad fría de una cárcel con la burla de gente encima.
Moría la tarde en un crepúsculo de fuego. Las campanas de las escasas iglesias llamaban con sonoridad a la oración de la tarde; en el ambiente flotaba un perfume campesino y puro, la poca gente se dirigía,o, presurosa, a encerrarse en el hogar.
Cantuña, jadeante y ansioso, recorría a largos pasos su habitación. Se encomendó al Divino creador con rezos y suplicas para que le hiciera el milagro de ver culminada la construcción de su atrio. Conforme iban de saliendo de su boca las palabras de la oración, un consuelo de esperanza parecía descender sobre el. Acabada la suplica, el indígena se dirigió a la obra inconclusa con la confianza de que el Divino Señor había atendido su ruego.
Por un ángulo de la plaza, envuelto en amplio poncho, apareció Cantuña. Sus ojos creyeron divisar, en la espesa niebla, a obreros divinos que daban la ultima mano al atrio gigantesco.
Palpito su corazón de gozo y por un instante una oración de gratitud broto de sus labios.
Pero la visión alegre se esfumo como se esfumo la niebla que envolvía a la construccion, y vio con desalentadora tristeza que sus suplicas no habían sido escuchadas, ! se había engañado ¡, el atrio inconcluso apareció de las sombras. La ira salio de su corazón acompañado blasfemias que vibraron por todo el espacio.
En ese momento, justo cuando las maldiciones descendían de su climax, de entre los montones de piedras mal apiladas salió un personaje misterioso, envuelto en manto rojo; rostro negro; sudoroso; con sonrisa hipócrita dibujada en su boca enorme; poco a poco, el fantasma, se acercaba al espantado indígena.

¨¡ CANTUÑA

Lo llamó...
¨¡Sé cual es tu dolor!¨. ¨¡Se que mañana seras desgraciado y sin honra¨.
¨Pero yo puedo consolarte en tu aflicción...¨ ¨¡SOY LUCIFER y he venido a ayudarte !¨;¨Antes
de que asome el alba el atrio estará concluido; tu, a cambio, me entregarás tu alama!¨
¨¿ACEPTAS?¨
Preguntó el demonio...
y en un estado de shock, con el rostro pálido y el cuerpo lleno de frió, el indio Cantuña, dejándose llevar por su pena y el terrible miedo, sin pronunciar palabra alguna, y afirmando con su cabeza, aceptó el trato.
Puso tan solo una condición. El asustado Cantuña entre dientes y mirando al suelo dijo:
...¨si al amanecer, antes de que se pierda el sonido de la ultima campana del Avemaría , no esta concluido el atrio; si falta una piedra que colocar, una sola; oyelo bien, el trato sera nulo¨
¨¡Hecho! ¡firma el documento!¨Contestó el demonio
Poco después; sentenciado y maldito, volvía el triste Cantuña a su vivienda. Lágrimas abundantes corrían por el rostro del runa. Ferviente imploró al cielo perdón por su culpa y remedio para su alma...
Al día siguiente; cuando empezaba romper el alba, Cantuña se dirigió presuroso a la instrucción de la obra. Al llegar, miro que millones de diablos rojos cruzaban, como lenguas de fuego, por el espacio, atareados en la instrucción del atrio que majestuoso se alzaba...

Y el alma, la pobre alma del indígena, estaba ya perdida. Una oración, la ultima llena de fe y de penitencia, salio de sus labios. Por otra parte Lucifer reía.
Lentas, graves y consoladoras sonaron las cuatro campanadas que anunciaban la aurora.
¨¡Victoria¨
Rugió lucifer...
¨¡Victoria"
Exclamo el indiano...
¨¡Falta una piedra¨
En efecto, un bloque, uno solo, faltaba aun. El alma de Cantuña habiase salvado. El impotente indígena en su desaparición por librar su alma de la condenación del infierno había escondido una de las piedras de la construcción debajo de su poncho sin que ninguno de los demonios se percatara de eso.


Satanas, maldiciendo, se hundio en los infiernos con sus diablillos.


El alma del indiano estaba libre y como recuerdo, el atrio alzabase, solamente a las miradas de los creyentes QUITEÑOS.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada